Con objeto de torturar a los padres del mundo, MB sacó este terrorífico juego. Podían participar hasta cuatro jugadores, cada uno con su hipopótamo. La gracia era intentar tragar más bolas –con perdón– que tus amigos, pulsando frenéticamente el pulsador que hacía que tu bicho estirase el cuello para zampar, y armando en el proceso un insufrible ruido del demonio.
La verdad es que el juego en sí era una gilipollez. Tiene una interactividad prácticamente nula, pues ganar depende más del azar que de ninguna habilidad. Sin embargo, con el tiempo, el juego se ha revestido de una pátina de encanto nostálgico, que tal vez sea lo mejor que siempre ha tenido.
Me pregunto cuántos de éstos fueron “hechos desaparecer”, no fuera a ser que el niño lo “redescubriera” entre los cacharros, trayendo al presente el sonido del horror…
La verdad es que el juego en sí era una gilipollez. Tiene una interactividad prácticamente nula, pues ganar depende más del azar que de ninguna habilidad. Sin embargo, con el tiempo, el juego se ha revestido de una pátina de encanto nostálgico, que tal vez sea lo mejor que siempre ha tenido.
Me pregunto cuántos de éstos fueron “hechos desaparecer”, no fuera a ser que el niño lo “redescubriera” entre los cacharros, trayendo al presente el sonido del horror…
3 comentarios:
Claro que lo recuerdo!. Saludos Bermer.
Marcados por tantas cosas...¿verdad?
Pásalo bien, Joss.
Ese juego todavía existe pero ahora son perror. De vez en cuando juego con mi hijo al tragabolas.
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