Para los que adoramos el Conan de John Millius, esta moderna visión del personaje de Robert E. Howard ha sido poco más que un mal chiste.
Empezamos por el actor protagonista: la primera impresión fue la de estar ante un Conan hawaiano. Para un capítulo de Los vigilantes de la playa estaría bien pero, amigo, el símbolo ochentero del Chuache con el espadón no lo superas ni haciendo el pino puente...
Da asco ver cómo con toda la tecnología actual (con la que soñarían en los ochenta) para recrear escenarios, efectos, monstruosidades -lo más complicado-, van y fallan sin fin en estructurar un mínimo guión decente, no ya bueno, sino decente, nada más. Como todos estos truñetes modernos, la historia desaparece o queda reducida a una trama de alambre ultratópica, desarrollada con desgana y simple excusa para hilar escenas "impactantes". Porque una vacua espectacularidad es lo que buscaba este Conan: combates constantes y ultrarápidos (sí, de esos que no se ve casi qué puñetas pasa, sólo lo presupones), sangre por doquier (hasta el punto de la exageración: un roce con la espada y ¡zas! cien litros derramados), cambios de escenario casi sin venir a cuento, acción apabullante... pero, oye ¿no es eso lo que se espera de una historia de Conan? -diréis. Sí, pero es que cuando la acción no se hila con algo de lógica y es constante... es que hasta aburre y satura. Cómo me he acordado de la película de Millius... no demasiados combates, pero que casi te conseguían emocionar cuando se acercaban, de lo bien narrados que estaban, ese ritmo in crescendo, casi lo mismo esto, vamos.
Ya sin esperar nada, y vista con la actitud adecuada, es hasta divertida: todas las maderas que aparecen se rompen, los carros saltan por los aires veinte metros, no faltan las explosiones (¿primigenio C4?), todas las rocas caen rodando y las columnas y muros se desmoronan (¿Por qué? ¡Bah! ¡Qué importa!). Luego están las influencias: los enemigos, aunque humanos, son orcos de El señor de los anillos, las armaduras también, la máscara perseguida es un facehugger de Alien, la roca de sacrificios es como la jaula de El templo maldito... y la cámara frena y acelera como la de Matrix (claro).
El espíritu, la esencia de aquel primer Conan (¿Cómo olvidar aquella increíble banda sonara de Basil Poledouris?) se ha tornado aquí en pura banalidad. Ejemplo: allí la historia orbitaba sobre el secreto del acero, entendido casi como una búsqueda existencialista, mística, un estilo de vida, un misterio insondable pero intuido... que aquí resuelve el padre de Conan en una estúpida frase: "¿Qué necesita esta espada para no romperse, fuego o hielo? ¡Ambos, al mismo tiempo! Ese es el secreto del acero"... Pfff, Dios... anda y vete a la mierda, chaval xD
Por no hablar de los finales... aquella decapitación casi freudiana, de matar al padre-verdugo, en ese escenario... un momento que rozaba la magia. ¿Cómo termina aquí? Con uno de los momentos más hilarantes y ridículos que pueda recordar en mucho tiempo... una carcajada pura, en serio; al que podemos sumar otra frase gloriosa, ah, tan típica de Conan: al despedirse de la chica va y le suelta "Sé feliz" (¿Ein?), y se larga... ¡jajaja! A todos los que habéis leído los cómics, ya conocéis estas consideradas despedidas del bárbaro... la leche xDD
Gracias por exacerbar mi nostalgia.